Muy temprano a la mañana siguiente la princesa se encerró junto con su maestro en la biblioteca para realizar el examen de historia acerca de la guerra del intruso. Leo estuvo recordando parte de la historia e imaginando que clases de preguntas le harían a la princesa. El parecía recordar todo lo que había aprendido con su improvisada maestra el día anterior e imaginaba como debieron haber sido esas batallas con seres de sombras.
A mitad de la mañana, las puertas de la biblioteca se abrieron y la princesa salió ataviada con un hermoso vestido azul que hacía juego con sus ojos. Al ver a Leo se le dibujó una sonrisa y caminó hacia el.
-¿Como ha estado vuestra prueba, Majestad? - la joven parecía muy emocionada ante la pregunta.
-Mi maestro dice que la he aprobado satisfactoriamente - replicó - En este momento vamos a dar la noticia a mi padre, quien sigue muy de cerca mi educación.
El escolta se alegró, entre otras cosas, de que por fin cambiaría de posición, porque a pesar de haberse acostumbrado a estar de pie durante horas con la armadura puesta, no era una de sus condiciones preferidas en las actividades militares.
Ese día había una brisa fresca y un cielo limpio y despejado, los rayos de sol se reflejaban en los ornamentos de que la princesa llevaba puestos y en la armadura del caballero. El pasillo que conducía al trono estaba decorado con los estandartes de Cardia: El águila dorada extendiendo sus alas a los cielos. Leo no ingresó, se quedó al lado de los guardias de la cámara del trono, quienes, al igual que el, lucían un uniforme azul al interior de sus armaduras. Los guardias personales eran hombres altamente entrenados, y el hecho de que Leo a su corta edad fuera asignado a la Princesa Camila de Cardia decía mucho de el.
Recordó el día que la Princesa había regresado al reino de un viaje que hizo al sur. El observaba de lejos. Ella bajó del carruaje e hizo una reverencia a los reyes antes de lanzarse a sus brazos como la hija amorosa que es. Estaba llegando la noche y ella se retiró al comedor real para la cena antes de ir a descansar a sus aposentos. El día siguiente, Leo asistió por segunda vez en su vida a la cámara del trono (la primera vez fue para que Su Majestad, el Rey Harald de Cardia, lo nombrara caballero) para hacer oficial el nombramiento de su persona como Guardia Personal. Camila no comprendía porque su padre hacía algo semejante, pero tampoco objetó ante la situación. Ella estaba vestida con un precioso vestido azul marino que resaltaba más el color de sus ojos y la corona que su estatus real le confería.
Leo nunca olvidaría las palabras que el rey le dijo aquel día:
En tus manos tienes el deber de velar por la seguridad y protección del tesoro más grande de este reino.
La sala del trono estaba ubicada en el lugar más alto del palacio. Desde ahí podía verse completamente la ciudad castillo y al fondo las montañas gemelas que servían como una entrada natural a la capital del reino.
-El tesoro más grande del reino - Leo repitió estas palabras en su mente y sonrió.
No pasó mucho tiempo antes de que maestro y discípula salieran de aquel fastuoso salón. Ella se despidió del anciano con una reverencia y luego se giró hacia el escolta.
-Mi padre se alegró mucho y no se negó a cumplirme un capricho - el joven se imaginó miles de cosas: joyas, vestidos, libros... Pero no supuso y mejor formuló la pregunta.
-¿Que capricho, Alteza?
-Que me permita almorzar en uno de los jardines del palacio.
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